Isemay- Parte 9.2 VIVO

Isemay no supo exactamente cuanto tiempo había dormido, pero las voces de Osmar la despertaron en medio de la oscuridad más absoluta. Había pensado que todo era una pesadilla y su sueño en Sabell no había ayudado a que lo pareciera aun más, entre sus sábanas de seda, y sobre su colchón de plumas, tomaba chocolate con su hermano. Lo habían comprado en el pueblo y escondido hasta la noche para que sus padres no les regañaran y ahora, cuando la luna resplandecía en el firmamento, ambos jóvenes estaban juntos tomándolo. Uwuain la abrazó cuando esta termino el último pedazo y la arropó tumbándola contra su pecho.
Iba a protegerla siempre y ella lo sabía, no existía un lugar más seguro donde estar que aquel en el que se encontrara su hermano, podía ser que vinieran de madres diferentes y que por ese motivo Isemay siempre le hubiera temido, pues las hijas de las criadas decían que los hermanastros solían comportarse mal. Pero Uwuain se había esforzado en demostrarle que no sería así, desde pequeña la había protegido frente a sus padres, escondiendo sus travesuras y cargando con culpas que ni siquiera conocía. Jamás la había preguntado, para él siempre era su hermana pequeña y daba igual lo que hiciera o lo cabreado que estuviera, siempre tenía una sonrisa y todo el tiempo del mundo para ella.
-                            Uwuain- había salido a su regreso de una de sus escaramuzas y ahora Isemay corría hacia él con sus dos largas trenzas rubias rebotando en su espalda- has vuelto- le abrazó en cuanto llegó a él, pues su hermano ya se había arrodillado en el suelo para recibirla.
-                            ¿Pensabas que no lo haría?- la preguntó deshaciéndola las trenzas- te dije que lo haría- la recordó revolviéndola el pelo.
-                            Mama me regañara por haberme soltado el pelo- rió la pequeña abrazándolo de nuevo.
-                            Ella sabrá que fui yo- la guiñó el ojo.
Y era cierto, siempre que Uwuain llegaba al castillo la soltaba las trenzas, y cuando las criadas volvían a hacérsela, él volvía a soltárselas, hasta que al fin su madre desistía. El joven odiaba ver a su hermana con tan rígido peinado, el pelo de la pequeña era espectacular, y tan rubio que sorprendía, no entendía esas modas tan rígidas a las que debían ir acostumbradas las mujeres.
-                            Despiértale Isemay- volvió a oír el grito dentro de su sueño.

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