Isemay- Parte 11.3 VIVO



La tomó de nuevo por la cintura y vió como su respiración se tranquilizaba, había pensado en no tocarla, pero la primera vez que la rozó, sintió como ella relajaba su cuerpo, sintiéndose más protegida al saber donde estaba él.
Fue la siguiente vez Uwuain quien la soltó de la mano y salió al pasillo a enfrentar a dos guardias que iban directamente hacia ellos, les tomó por sorpresa, pues aún los alguaciles no les habían visto y era cuestión de tiempo que lo hicieran. Otros pasos se oyeron por el corredor vecino, y su esposo la tomó de la mano para tirar de ella hasta el pasillo contiguo.
-                            ¿Uwuain?- la oyó preguntar roncamente.
-                            Voy a buscarle, no te muevas de aquí- la dijo dejándola pegada contra la pared.
Fueron minutos interminables en que otros dos alguaciles se habían unido a la reyerta, pero ahora los dos jóvenes tenían espada por lo que no les costó deshacerse de sus adversarios, cuando llegaron hasta ella, Isemay se había agachado en el suelo y mantenía sus piernas abrazadas entre sus brazos, no veía nada, y era el mejor modo que tenía de protegerse de los golpes.
-                            Levanta- la tomó su hermano por los hombros al acercarse a ella.
-                            ¿Los dos estáis aquí?- preguntó al no oír hablar a su esposo.
-                            ¿Acaso dudabas que iba a volver?- la contestó él a su vez en un susurro, mientras la volvía a tomar de la cintura.
Después de andar por angostos corredores, en los que olía a humedad y moho, comenzaron a abrirse ante ellos otros tantos más anchos, en cuyos laterales colgaban antorchas. Isemay no recordaba por donde había entrado a los pasadizos, los hombres la habían tenido debidamente cegada para que no lo reconociera en el caso de que pudieran escapar. No había ningún guardia a la vista, o bien estaban en la parte más profunda del laberinto y la salida no estaba por allí, o todos los guardias habían entrado a buscarles.
Poco después comenzaron a oír el agua de unas cataratas cercanas, parecía que estaban en el rompiente de las olas, pues el agua entraba por los pequeños ventanucos colocados. Osmar se asomó a uno de ellos tanto como pudo, eran los lugares donde los arqueros se colocarían para disparar sus flechas.
-                            Debemos estar cerca del agua- susurro su hermano lo más bajo que pudo.
-                            Podríamos saltar, no encuentro la alternativa- buscó una solución Osmar- tenemos que encontrar un lugar abierto, por donde poder pasar.
E instantes después lo habían encontrado, las mujeres debían tirar por ahí los desperdicios del castillo, ya que olía fatal y estaba manchado, pero era espacio suficiente para que pudieran pasar a través de él.

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