Isemay 42.12
Su esposo ya cerraba los ojos ante la falta de sangre, su piel estaba pálida y las ojeras sobresalían por debajo de sus ojos, como si en el tiempo que llevara allí tumbado la vida se estuviera marchando de su ser. - ¡Abre los ojos, maldita sea!- le dijo golpeándole en la cara- ¡Abre los ojos, mírame!- le pidió de nuevo. - Hay que trasladarle dentro- Oyó a Reynald hablar tras ella. - Trae algo de alcohol- se oyó gritar a si misma- una manta, y un cuchillo candente, ¡Ahora!- Grito al ver que nadie se movía. - ¿Qué vas a hacer?- La preguntó su hermano preocupado, la flecha sobresaliendo entre sus dedos, donde él intentaba taponar la herida- Si extraemos la flecha morirá desangrado. - ¿No está muriendo de todas formas?- preguntó asustada- Si alguien tiene que matarle, soy yo la única que tengo derecho- dijo enfadada.