La ilusión, la Navidad… y el egoísmo.



Desde que era pequeña siempre he creído que la Navidad es una época para compartir con la familia, y me daba pena, cuando, observaba a mi alrededor que mis padres, mis tíos, mis primos, se iban haciendo mayores e iban perdiendo esa ilusión.

La pregunta es, ¿por qué se pierde la magia? Yo tengo muy claro que no es el hecho de que nos hagamos mayores lo que va apagando la chispa de la Navidad, sino el sentido que los medios de comunicación le dan, siempre consumismo, ¿no hay Navidad sin regalos?, yo prefiero mil veces estar rodeada de mi familia y las personas que me quieren antes que recibir miles de regalos, que tarde o temprano estarán colocados en un estantería, guardados en un baúl y olvidados para siempre.


Una vez de pequeña, mis padres y mis padrinos nos regalaron a mi hermana y a mi dos libros, justo a la vez que yo deje de creer en los Reyes Magos, mi madre no dejaba de explicarme que la magia la tenía yo, dentro de mi, y que si existían esos Reyes Magos, solo que no podían ir a todas las casas y por eso los papas tenían que ayudarles. 


Pues bien, esas fiestas tan tristes para mí, después de saber quienes me traían los regalos, se convirtieron en las mejores de mi vida, cuando mis padres me demostraron que era cierto, que la magia existía si yo quería creer en ella.

Para empezar, mis padres y mis padrinos nos regalaron dos libros, uno de ellos se titulaba “Yaiza y los Reyes Magos”, mis padres nos los habían personalizado, y mi hermana y yo salíamos entre los personajes de los libros. 


El libro cuenta la historia de una niña, que no se podía dormir en la noche de reyes, nerviosa de que estos fueran a aparecer, cuando de repente, notó algo en el cristal de su habitación, era el Rey Melchor, al que había pillado desprevenido cuando iba a entrar a su casa a dejarla los regalos, el Rey, le invita a ir con ellos esa noche, la niña, junto a los tres reyes magos, recorren gran parte del mundo, cada vez el destino lo elige uno de ellos, Kenya, el Polo Norte, España, y en cada uno de esos viajes, los reyes van explicándola a la niña el porque dejan ese regalo en especial a ese niño.


En el último viaje, le dicen a la niña que elija destino, y ella dice, La India. Los reyes se miran extrañados y revisan sus listas, nadie, en ninguna de las cartas había nombrado ese lugar, no había regalos para ellos. Entonces la pequeña tiene una idea, entregaría sus juguetes a esos niños, aunque los Reyes la avisan de que a la mañana siguiente ella no tendrá nada, pero a la niña la da igual. 


Después de repartir y vaciar los sacos con los regalos que llevaban su nombre, la pequeña les dice a los reyes que lamenta no haber sido egoísta y haber pedido muchos más regalos, de esa manera podría darles más a los niños. 


Cuando termina la noche, los reyes la devuelven a su casa, y la niña esta muy feliz, porque aunque no vaya a tener regalos, sabe que ella en su casa tiene muchos y esos niños no. Pero a la mañana siguiente cuando despierta, tiene muchos regalos en su habitación, más de los que había pedido, y una nota que dice “cuando entregas amor, se te devolverá triplicado”.

Ese cuento, me ha acompañado todos los días de mi infancia y cada noche de reyes, recordándome lo egoísta que somos a veces al no acordarnos de los demás, siempre pedimos, pedimos y pedimos sin pensar que siempre habrá alguien que no tenga nada. 


Y esta historia, la traspaso a cada instante de mi vida, cuando voy en el metro y oigo quejarse a la gente del trabajo y lo cansados que están, cuando voy al médico y te tratan como el número siguiente de su lista y no como una persona, en mi trabajo, cuando oigo a mis compañeras decir, el síndrome de Down, en vez de Miguel, Pepe, Juan… y cada vez que me ocurre esto pienso, ¿Qué clase de vida tiene esta gente? Jamás entregan amor, no hacen las cosas con felicidad, no dan sino es a cambio de recibir,…

Pensarlo, la Navidad, no es una época de regalos, es una época de vivir amor con nuestra familia, ¿qué más da que nos traigan la PSP, la Nintendo, o mil juegos para la play station? ¿No es más importante sentarte a cenar durante las fiestas y mirar a uno y a otro lado y encontrar a toda tu familia reunida, sonriendo?

Y, ¿por qué no podemos extrapolar lo que pensamos en la Navidad al resto de los trescientos sesenta y cinco días el año?, ¿no podemos reunirnos con nuestra familia más veces, o ir al trabajo más felices, solo por el hecho de cuando termine el día, haber recibido al menos una sonrisa?

No se a vosotros, yo pienso que merece la pena entregar ese amor cada día, para, y como dijeron los reyes en mi cuento, recibirlo triplicado, sea de quien sea.




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