Un final muy peculiar
Un
final muy peculiar
—
Ocho horas, solo quedan ocho horas y el mundo
acabará- Le dijo Leinad a su hermano gemelo.
—
¿Ocho horas? De verdad sigues creyendo en esas
bobadas de los mayas y el fín del mundo.
—
¿Y en que quieres que crea?- preguntó nervioso moviéndose
de un lado a otro de la estancia- ¿Quieres que crea en la prensa del corazón?
¿O en que la crisis acabará?
—
Lo prefiero a creer que hace mucho tiempo una
persona decidió que el mundo se acabaría en el 2012- le dijo saliendo del
cuarto y dejándolo solo.
Y es
que su hermano era entre otras muchas cosas, bastante peculiar.
Desde su
nacimiento, había creído que vino al mundo para una misión, algo que sus padres
habían intentado quitarle de la cabeza, pero que su abuela enferma de
Alzheimer, había alimentado hasta la saciedad.
—
Si hijo- le decía cuando iba a visitarla- tú no
les hagas caso, la ignorancia es al parecer infinita en este mundo.
—
Pero abuela- decía el muchachito de diez años- ¿no
te parece extraño que solo tú y yo creamos en estas cosas?
—
El mundo cree que yo estoy enferma y no es así,
yo olvido porque mi manera de recordar las cosas bellas es más bonita que la
del resto de la humanidad- le cogió su mano entre sus manos temblorosas- y ya
ves, no siempre olvido vuestros nombres, y no siempre me olvido de la fecha,
solo en raras ocasiones.
—
Abue, normalmente tengo que recordarte
constantemente que soy tu nieto- volvió a repetir el muchachito.
—
Bueno, es porque me gusta saber que estas a mi
lado, y que sabes de quien eres hijo- explicó la joven anciana en uno de sus
pocos momentos de lucidez.
Así es
el Alzheimer, sus hijos lo sabían, sus nietos lo aceptaban, pero ella, la
anciana Margarita no pensaba que estuviera enferma, había soportado la muerte
de dos hijos, si eso no era suficiente para querer olvidar parte del pasado,
entonces, ¿Qué lo era?
Pero su
abuela había muerto cinco años después, y aun así, Leinad seguía pensando que
el fín del mundo llegaría en la fecha en la que los mayas habían indicado. No
es que Marcus considerara que su hermano estaba loco, más bien un poco inmerso
en su mundo. Probablemente Leinad fuera una de esas personas introvertidas,
bueno, probablemente no, más bien, solo hablaba con Marcus y siempre que no
había nadie en su presencia, solo ellos, como una conexión entre hermanos.
El
resto del tiempo, Leinad estaba inmerso en sus pensamientos, sonriente,
enamorado de su mundo interior, mientras que Marcus, bueno, él no solía hacer
mucho caso a las bobadas de su hermano, decía que tenía un don, y el no creía
en nada que no podía ver.
Así que
Marcus, dejo a su hermano en casa como hacía casi siempre, su madre le pedía
continuamente que le invitara a salir con sus amigos, pero, Leinad era muy
raro, si, era su hermano, y le quería, pero llevarle ante su pandilla y que él
empezara a contar cosas sobre extraterrestres, el fín del mundo, los mayas, los
celtas, ¿Y por qué no? A veces incluso hablaba de los romanos, de Hitler, y
esas eran cosas que a los chavales de quince años no debería interesarles.
Por
ese motivo, Marcus tampoco insistía en que su hermano le acompañara.
—
Quédate en casa Marcus- le dijo su madre
mientras se ponía el abrigo- sabes que Leinad está bastante obsesionado con
esto del fin del mundo, quédate con él, hazle compañía y cuando vea que no
ocurre nada, entonces sal un rato, no necesitas estar toda la tarde fuera.
—
No quiero quedarme en casa, son bobadas, Leinad
tiene muchos pajaritos en la cabeza mamá, y ya le he dicho que se venga y no
quiere, ¿Qué más puedo hacer?- Dijo poco convencido.
—
Deja salir al muchacho- oyó a su padre desde la
sala de estar- tiene derecho a divertirse- dijo subiendo más alto su programa
favorito, al parecer los anuncios habían acabado.
Su
padre era de esos tipos, si, de esos tipos enganchados a la televisión y a los
que solo puedes hablar durante las pausas publicitarias, era por eso que Marcus
aprovechaba a decirle las notas cuando su programa favorito estaba en antena,
su padre asentía sin dejar de prestar atención a la televisión, le firmaba las
notas y nunca se enteraba de los suspensos.
—
Leinad- le oyó gritar al cerrar la puerta- deja
esas bobadas del fín del mundo y sal a divertirte- le grito, parece ser que en
ese momento algo que no le interesaba acababa de salir en la televisión, o eso,
o su madre le había dado un codazo para que dijera algo.
Ya ves,
los dos hermanos, y los dos totalmente distintos, y una familia, bastante
peculiar y así lo consideraba Marcus, por lo tanto, que mejor manera para un
chaval de quince años que pasar el supuesto fín del mundo fuera con sus amigos.
Así
que, salió de casa, montó en su bicicleta, se abrochó ese casco que sus tíos le
habían regalado la pasada primavera y pedaleó calle abajo hasta su parque
favorito. Llegó hasta el banco donde solían estar sus amigos y se paró a
esperarles, pero las horas pasaban, y allí nadie aparecía.
¡Qué
extraño! Y el parque también estaba desierto, además, se estaba quedando
congelado, con esa manía que tienen los jóvenes de llevar una chaqueta vaquera
hasta en pleno invierno.
Esperó
otro par de minutos y finalmente se levantó y se preparó para volver a casa,
juraría que había quedado en verse allí con sus amigos, pero nadie había
aparecido.
Cogió
su bicicleta, y pedaleó cuesta arriba, pero la cuesta parecía no terminarse
nunca, agotaba el pedaleo y cuando miró atrás, solo unos metros lo separaban
del parque donde llevaba horas esperando, ¿Qué esta pasando? Se preguntó, y
volvió a pedalear con más fuerzas hasta que decidió bajarse de la bici y
empujarla.
Cada
vez más cansado, dejó la bici a un lado, cerca de un poste de luz cercano que
tenía un aspecto bastante raro, y continuó hasta su casa a pie, pero cuando
llegó, su casa también parecía extraña, como si alguien estuviera allí en lugar
de él, como si viera las cosas desde fuera. La puerta estaba abierta, le
extrañó, juraría haberla cerrado al salir, pero… Miró el reloj, ¿habían pasado
tres horas desde que se marchara? No le pareció haberse quedado tanto tiempo
con los amigos.
Como
pudo, y sin oír un ruido en la casa, vio a su padre frente al televisor
apagado, quiso hablarle, pero no pudo, le gritó, pero su voz parecía haberse
perdido en el espacio, sin embargo, oyó un eco, probablemente el de su propia
cabeza, porque sus oídos parecían oír, pero todo sonaba tan lejano.
Su
hermano Leinad estaba como siempre, sentado en el suelo de su habitación, lo
veía desde la parte de debajo de la escalera, Marcus intentó mover los brazos
para que le viera, pero por mucho que los movía, solo acrecentaba su cansancio
y Leinad no parecía notar a su hermano. Ahora que consiguió subir las escaleras
agarrándose a la baranda, pensó que su hermano se balanceaba de una manera muy
extraña, las piernas cruzadas, los brazos abrazándose el cuerpo y un movimiento
rítmico y repetitivo que no parecía cesar. A lo lejos creyó escuchar su voz,
con una repetición de palabras como nunca antes le había oído hacer “yo lo
dije, le advertí, le advertí, le advertí”
—
¿Qué pasa Leinad?- Le intentó tocar para que le
mirara, pero su mano, aparentemente no sentía el calor corporal que su hermano
normalmente emanaba- ¡Leinad!- Le gritó, pero nadie le hizo caso.
Ya se,
pensó para si mismo, mis padres quieren castigarme por algo, tal vez se
enteraron de las notas, o están enfadados porque me retrasé más de lo que
debería. Y esa manera de pensar le llevó hasta la puerta de su alcoba, que
estaba abierta.
Su
madre estaba en un sillón que el no recordaba haber visto allí, despeinada,
como si los años hubieran pasado por ella de repente, parecía anciana, y miraba
hacia su cama como si alguien estuviera sobre ella. Asombrado ya ante la situación,
se asomó por la puerta, y lo que vio, le hizo retroceder espantado.
En su
cama, postrado sin moverse, estaba él, atado a una máquina de oxígeno y a un
montón de tubos que parecían mantenerle con vida.
—
¿Qué es esto?- Dijo en voz alta pero nadie le
escuchó.
De
repente, una sensación muy fría, y su padre pasando por dentro de él, como si
traspasarle fuera la cosa más normal del mundo.
—
No debimos dejarle salir- le oyó decir a su
madre.
—
No podíamos hacer nada, era un muchacho, tenía
que disfrutar de su vida.
—
No se asusten tanto- apareció un doctor al lado
de la puerta que hizo que Marcus se volviera sobresaltado- solo ha sido un
pequeño golpe en la cabeza, en unos minutos, el sedante pasará y volverá a la
normalidad.
—
¿Esta seguro doctor?- Dijo su padre al otro lado
de la habitación, que ya no era una habitación, parecía una cama de hospital.
—
Claro que si- repitió el doctor- miren, ya
empieza a despertar.
—
Hijo- dijo su madre suavemente acercándose a él-
y le dio un suave beso en la mejilla.
Y esas
fueron las primeras palabras que oyó Marcus al volver en sí, todo había sido un
susto, pero al parecer, después de ocho horas de operación, el mundo no
acabaría ese día para él.
Al ir
hacia el parque un conductor borracho le había atropellado con su camión, la
contusión había sido grave, pero no había pasado a mayores, él nunca llegó a ir
donde sus amigos, pero soñó todo eso mientras era trasladado al hospital, el
cansancio por querer vivir, el frío por quedarse inerte, el miedo por no saber
que ocurría, ese podía ser el fín del mundo de Marcus, pero no lo fue, a pesar
de su peculiar familia, de que los adolescentes muchas veces no escuchan a los
padres, y que los conductores ebrios están a la orden del día, ese día Marcus
tuvo suerte, las ocho horas que quedaban para el fín del mundo habían pasado,
el mundo seguía donde estaba y el corazón de Marcus latiendo.
Y no te olvides de unirte a mi página de facebook "El arte de las palabras", encontrarás el enlace en el lateral del blog. Un besazo.
Comentarios
Un baso!!!
Me has tenido en vilo un buen rato mientras leía.
Un abrazo maja.
Besos.
un besooo
Bravo.
unos besotes profe
Besos.
Buen relato.
Besos;)